lunes, 22 de noviembre de 2021

Toda una vida

 



    Recuerdo perfectamente mi primer día de Karate. Tatami del polideportivo del colegio San Agustín (Zaragoza) repleto de chavales que jamás se habían puesto un karategi y un maestro, D. Mariano Burillo, miembro de Rosuero Karate Club con quien di mis primeros pasos en este arte marcial.

    Un poco más tarde ya subí junto con algún otro compañero, "donde los buenos", a la calle Juan José Garate, donde se encontraba Rosuero Karate Club  ("el de Torrero") y ahí comencé a forjarme como karateka poco a poco, como los guisos buenos "a fuego lento".

    Unos pocos años han pasado, 38 exactamente, en los que me ha dado tiempo a vivir de todo: competiciones, alegrías, alguna tristeza que otra, compañeros nuevos, compañeros que lo dejan, cambios de sede, cursos... hasta una lesión que me apartó del karate 5 años, cuando una patada acabó con mi dedo pulgar mirando al techo. Aún recuerdo encontrarme a mi maestro, Fernando Rosuero, por la calle y repetirme "cuando quieras vuelves, el gimnasio siempre está abierto y el karate no se olvida; siempre está ahí".

    Y volví... y me saqué el cinturón negro, di clases a niños, me divertí compitiendo, y pasé los nervios del día de antes. Fui interiorizando lo que es la disciplina, el amor al deporte, el respeto por el grado y los compañeros y el karate como forma de vida.

    El karate es un deporte; sí, pero sobre todo es un arte marcial con todo lo que ello conlleva. Si tú te dejas, te ayuda, te enseña, te pone en tu sitio, te abre los ojos y el alma y te transporta sólo donde debes estar en ese momento. "Los problemas se quedan fuera del tatami", dice siempre mi maestro.

    El sábado alcancé el 4º DAN y tuve el honor de que me examinara quien me ha acompañado en esto desde que tengo uso de razón; Fernando Rosuero. Mi maestro es lo que dice la palabra "alguien que te enseña", pero también alguien que te acompaña en el aprendizaje cuidándote: él me conoce, tanto o más que el mejor de mis amigos, me ha acompañado y ayudado fuera y dentro del tatami y desde luego, no puedo más que agradecerle que siempre haya estado ahí. 

    Igualmente debo agradecer a todos mis compañeros pero especialmente a Joaquín Pueyo y a Javier Sanz, quien hizo de "tori" (atacante) en mi examen; dos verdaderos karatekas y compañeros con quien todos querrían compartir tatami.

    Hace tres años perdí la ilusión por muchas cosas y en estos meses de entrenamiento he recuperado parte de mi esencia, porque he vuelto a sentir aquello que me hacía vibrar de niño, adolescente y adulto. Gracias a todos por hacerlo posible.

    Por muchos años compartiendo vivencias de  karate con una idea presente "el karate siempre estará ahí para ti".

    Un abrazo
    Ossu

Toño

No hay comentarios:

Publicar un comentario